El colegio no solo fue el lugar donde aprendiste a leer, dividir y responder correctamente unas cuantas preguntas del Trivial. También fue el lugar donde adquiriste algunos de tus primeros hábitos de organización personal.

Cuando hablo de hábitos no solo me refiero a la manera en que ordenas tus papeles o confeccionas tus listas de tareas. También es un hábito el modo en que te has acostumbrado a pensar. El colegio modeló tus primeras expectativas acerca de cómo funcionan las cosas y cómo actuar en consecuencia. Algunas son correctas, pero otras te están haciendo la vida imposible.

Aquí tienes cuatro de las que debes deshacerte cuanto antes:

“Puedes predecir cómo transcurrirá tu día”

En la escuela, los horarios eran casi inmutables. Salvo que hubiera excursión al museo o se celebrara la Semana de la Lectura, podías predecir sin error que dentro de 10 martes, a las 9:30 de la mañana, estarías en clase de matemáticas. Porque todos los martes eran iguales.

Esa predictibilidad podía ser aburrida, pero también era relajante. Hoy intentas imitarla programando tus tareas en un cuadrante semanal. Para el lunes, planeas una reunión con clientes de 9 a 10, terminar un informe de 10 a 12, llamar a tus clientes de 12 a 14… Lo anotas todo en tu agenda de Outlook y planificas de igual modo hasta el último minuto del viernes.

Entonces llega la realidad a hacer pedazos tu plan. El lunes, la reunión de las 9:00 empieza a las 9:20 porque Pérez se ha retrasado, y es imposible acabar antes de las 10:45 (Pérez, además de llegar tarde, se enrolla como las persianas). El teléfono no para de sonar y no puedes ni empezar el informe, así que saltas directamente a la parte de las llamadas. No consigues contactar con la mitad de la gente con la que pensabas hablar. Y esa es la tónica del día.

Las consecuencias de este fracaso en tu planificación son varias. Sientes la frustración personal de haber incumplido tu propio compromiso, comienzas a acumular retraso en ciertas tareas, debes modificar todo el resto de tu planificación para encajar todo aquello que se ha quedado sin hacer.

Y, por supuesto, el problema no se limita al lunes. El resto de los días de la semana aparecerán otra serie de imprevistos que darán con todo al traste. El problema no es ya que no puedas predecir qué estarás haciendo dentro de cinco martes. Es que no eres capaz ni de pronosticar con seguridad qué estarás haciendo dentro de dos horas.

¿Cómo es posible que una forma de planificar el tiempo que funcionaba tan bien en el colegio, el instituto o la universidad dé tan mal resultado ahora?

La respuesta es sencilla: los entornos académicos son ambientes cerrados y artificiales, burbujas donde todo es controlable con facilidad. Cuando sales al mundo exterior, las variaciones sobre lo previsto se multiplican. Bienvenido a la jungla: si perseveras en la misma rígida organización del tiempo que tenías en el pasado, verás lo poco que tardas en ser pienso para cocodrilos.

Apenas necesitas iniciativa. De hecho, en clase casi se agradece que no la tengas

En el instituto no se esperaba de ti que llegaras a clase de Inglés y propusieras leer a Tolkien en su idioma original en lugar de estudiar phrasal verbs. Ni que tomaras decisiones acerca de si los diptongos merecían tres sesiones de Lengua o no. Los alumnos reciben instrucciones acerca de lo que deben hacer en todo momento, incluso para ir al baño. No tienen que tomar muchas decisiones, y casi ninguna es relevante más allá de seguir las reglas o no.

Sabemos que en la vida laboral el funcionamiento debe ser distinto, pero no siempre tenemos el entrenamiento necesario. Si tuvimos suerte y nuestra primera jefa o jefe supo incentivar nuestra iniciativa, aprendimos a superar esa carencia. Si por el contrario tenía complejo de profe de la vieja escuela, es probable que en esta área tengamos serias carencias.

– “Las tareas acumuladas desaparecen”.

En el colegio ocurría algo maravilloso.

Tu profesor de matemáticas , al final de la clase, te decía que al día siguiente tenías que traer hechos los ejercicios 5, 6 y 10 de la página 122 del libro. Si los hacías, bien. Si no los hacías, ocurrían dos cosas.

Una de ellas, molesta: te caía un negativo o un cero por incumplimiento del deber. Pero la segunda era mágica, una clase de magia que desearías que ocurriera a menudo en el mundo que has conocido después. La tarea que no habías realizado desaparecía. Se volatilizaba. Ya habías recibido tu castigo, no tenías que hacer los ejercicios. Comenzaba un nuevo día sin cargas heredadas del anterior.

Por supuesto que el no hacer los deberes tenía otras consecuencias negativas: retraso en tu progreso, peor entendimiento de lo que se explicaba en clase, suspenso en los exámenes, etc. Pero en lo que se refiere a la propia tarea en sí, ésta ya no suponía una molestia.

Piensa ahora en tu situación actual. Si ayer no pudiste terminar el informe a tiempo, es posible que te lleves una reprimenda de tu jefa o de tus compañeros. Pero, una vez recibido el castigo, aún tienes que hacer el informe. Ahora las tareas postergadas no se esfuman, se acumulan.

Los deberes, además, no solían ser negociables a priori. Cada profesor te mandaba los suyos. Si en la última clase el volumen de ejercicios para realizar en casa superaba lo razonable, no era posible ir a hablar con los profesores de la mañana y decirles “Os habéis pasado. Por favor, reconsiderad todo lo que nos habéis mandado y dejad solo lo esencial, o no vamos a poder hacerlo todo”.

Es decir, aprendimos que responder con una negativa a la persona que tiene la autoridad de encargarnos tareas, aunque fuera de forma razonada y abierta a negociación, era imposible. Una pena, ya que una de las principales habilidades para ser una persona productiva consiste en saber decir “Ahora no”.

– “El trabajo en equipo consiste en juntar a varias personas en un grupo y darles una tarea común. Eso es suficiente.”

Los famosos trabajos en equipo, hablando con sinceridad, solían ser tan molestos como un callo en el pie. La profesora hacía los grupos, te daba un tema, una fecha, y a correr.

¿Recibiste acaso formación en cómo trabajar en equipo de forma eficaz? ¿Te explicaron los distintos roles y fases? ¿Te proporcionaron técnicas de seguimiento y valoración de la aportación de cada persona? ¿Estrategias para llegar al consenso en los desacuerdos que surgieran?

La respuesta, en un triste 95% de los casos, es NO. Y es terrible, porque es una habilidad imprescindible que se ve perjudicada por varios vicios y errores que arrastras desde entonces.

Aprendiste a aceptar que siempre hay alguien que se escaquea, y que más vale que te resignes y hagas su parte. Que el liderazgo del equipo lo asume la primera persona que empieza a tirar del carro, aunque no sea la más apta. Que no se necesita planificación del trabajo, podemos improvisar a medida que avanzamos.

Y con ese concepto del trabajo en equipo y esas habilidades saliste al mundo real. Con esa (de)formación de base, es normal que haya conflictos y problemas de productividad en los equipos y departamentos. A pesar de todo el trabajo sale adelante pero, por tu propia experiencia, sabes que es a costa de desigualdades en las cargas de trabajo y niveles de estrés perfectamente evitables.

Mi propósito con este artículo no es haceros revivir los tiempos de la tiza y la mochila. Tampoco que os indignéis con los responsables de vuestra formación académica, que bastante hacían con la formación que tenían y las limitaciones que impone el sistema escolar. El objetivo es que seáis conscientes de que tenemos imbricadas en nuestra forma de actuar una serie de mecánicas nocivas. Tal vez en el colegio o el instituto pudieron ser eficaces, pero que hoy día nos están dando serios problemas.

La primera fase para solucionar un problema es tomar conciencia de él. En el próximo artículo os hablaré de cómo evitar que estos errores de organización que arrastramos desde el colegio nos amarguen la vida.